Cuando Dulce, la mujer con la que iniciamos el capítulo, habló con su marido, le contó que por muchos años soñó con vengarse de ese muchachito, hijo de aquella mujer que la cuidaba mientras su madre trabajaba. Rogó a Dios que cayera en la cárcel y recibiera constante abuso. Quizá así comprendería lo que la había hecho pasar. Durante años albergó ese rencor, pero su esposo le hizo recordar una promesa del Señor: “Queridos amigos, nunca tomen venganza. Dejen que se encargue la justa ira de Dios. Pues
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